A medida que la tarde transcurría
y el sol comenzaba su precipitada carrera para zambullirse en el Océano
Atlántico, la temperatura descendía hasta alcanzar ese estado que invita a
pasear, a sentir la brisa del atardecer sobre la piel después de un caluroso día.
Esa sensación de relajación y bienestar que, la mayoría de las veces, no es más
que un burdo plagio de la felicidad, pero que en dosis adecuadas sirve para
sobrellevar nuestra, a veces, inexplicable existencia.
Norte caminaba lentamente, sin
prisas, disfrutando de la refrescante
brisa marina en su rostro a lo largo del paseo que bordea la playa. Atrás
quedaban las preocupaciones del día, los horarios incumplidos, los retrasos
injustificados, … todo indicaba que tras unos días en la isla de San Vicente
había comenzado a comprender lo que significaba la “morabezza”, esa forma de
ser de los caboverdianos expresada en idioma “criole”. Tranquilidad,
hospitalidad, amabilidad se podrían traducir en ese eslogan más moderno y menos
preciso que los habitantes de la isla emplean ahora para pedir a los turistas
occidentales un poco de paciencia: ”Cabo Verde no stress”.
A pesar de los evidentes signos
de abandono y de la suciedad acumulada
en algunos lugares de la ciudad, Mindelo no lo había decepcionado. Conservaba
ese aire colonial que le daba un carácter propio y singular; esa mezcla de
cultura africana y brasileira, herencia quizás de la época portuguesa y de la
proximidad al continente africano. En fin,
ese exotismo que a los europeos nos hace soñar con aventuras en lejanos
y desconocidos países.
La música que provenía de uno de
los locales que daban al paseo le hizo detenerse. Hasta él llegaban los
compases de una melodía fresca, natural y cautivadora que de inmediato lo
invitó a entrar. Se sentó en una de las mesas
libres desde la que podía disfrutar del grupo musical y pidió una cerveza
“Coral”, suave y refrescante que llevaba tomando desde que había llegado. Justo
en ese momento subió al escenario una hermosa joven. A pesar de su fuerte
acento caboverdiano y de emplear muchos términos en "criole", Norte comprendió la
práctica totalidad de su presentación pero, sobre todo, percibió la textura aterciopelada y cálida de
su voz.
Tan pronto comenzó a cantar,
acompañada de su guitarra, inundó con una voz poderosa hasta el último rincón
del local. Temas propios que fusionaban estilos muy próximos a la música negra
americana sin huir de sus raíces e influencias musicales, sedujeron de
inmediato a Norte.
- ¿Ta bon? –le preguntó de pronto el camarero que le
había servido la cerveza hacía tan solo unos instantes– ¿Gosta da música de
Daisy Pinto?
- ¡Moito! –contestó Norte, que ya
no se sorprendía de la afabilidad de los caboverdianos y que, sobre todo, comprendía que su gente era lo mejor de Cabo Verde.
Genial!!!! buen trabajo.
ResponderEliminarUn saludo
Jordi Vall
Recuerdo Abandonado
Barcelona-Jordi Vall
Muchas gracias +Jordi Vall
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