sábado, 1 de agosto de 2015

Nostalgia


Era incapaz de recordar las veces que había estado en aquella ciudad. Tantas, que los recuerdos se confundían en una densa bruma que le impedía individualizarlos, quizás en un vano y fútil intento de situarlos en el tiempo y hacerlos cercanos y próximos. 

Intentó repasar mentalmente las personas con las que a lo largo de su vida había compartido sus calles adoquinadas, empeñadas en ascender serpenteantes hasta el infinito. Con las que había disfrutado de la intensidad de un café pingado en una de sus hermosos cafés. Con las que había compartido mesa en uno de los restaurantes de A Ribeira. Y en su rostro, como una mueca, se dibujó apenas una sonrisa que, poco a poco, se fue transformando en un rictus que guardaba cierto parecido al de la amargura.

Una leve vibración que se transformó poco a poco en un temblor sordo y profundo, le sacó de sus pensamientos. A lo lejos el moderno metro de Oporto emergía de las profundidades de la ciudad para cruzar el Puente de Don Luís I en dirección a Vila Nova de Gaia. Desde lo más alto de aquel entramado de hierros ideado en el año 1886 por un discípulo de Gustave Eiffel, Norte disfrutaba de una hermosa panorámica de la ciudad.


A su alrededor numerosos turistas se afanaban en capturar con sus cámaras las vistas privilegiadas de Cais da Ribeira. Desde allí arriba, a muchos metros de altura sobre el río Duero, el abigarrado entramado de casas se derramaba desde la Sé hasta el mismo muelle componiendo un desordenado puzle multicolor que se acentuaba con la cálida luz del atardecer. 


Y de pronto, tras él, una voz cálida y aterciopelada lo sacó de sus pensamientos. Entre el ruido producido por los turistas que se agolpaban al final del puente para obtener una buena vista de la “Ribeira”, llegaron hasta él retazos de una conversación.

- Che bello! Porto è davvero sorprendente…

De inmediato Norte trató de localizar el origen de aquellas palabras. La musicalidad exuberante y aterciopelada de la lengua italiana le sobresaltó. Era como si ella estuviese allí, a su lado, haciendo uno de sus comentarios. Por unos segundos imaginó a Francesca con una sonrisa dibujada en sus labios, mirándolo con ese brillo en los ojos que le tenía absolutamente fascinado.

No tardó más que unos instantes en comprobar que se trataba de una pareja de italianas que a un par de metros de él admiraban el cúmulo de tejados que descendía hasta la ribera del río. Y una enorme nostalgia lo invadió. Y de nuevo en su rostro se dibujó un rictus que guardaba cierto parecido al de la amargura.

Recordó las veces que le había hablado de Oporto. Las veces en las que habían hecho planes para visitarla y otras tantas ocasiones que hubieron de renunciar. Y una enorme nostalgia lo invadió.

Se la imaginó recorriendo la ciudad en uno de los tranvías que todavía transitan por sus empinadas calles, al ritmo pausado y lánguido de unos convoyes de los años 30. Y una enorme nostalgia lo invadió.


Casi la pudo visualizar revisando entusiasmada los anaqueles repletos de libros de la Librería Lello e Irmão, sorprendida frente a su espectacular escalera labrada que comunica la planta baja con el piso superior. Y una enorme nostalgia lo invadió.


Y se preguntó si algún día podría visitar aquella fascinante ciudad a su lado. Y una enorme nostalgia lo invadió. Y de nuevo en su rostro se dibujó un rictus que guardaba cierto parecido al de la amargura.

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