Nada más dejar su coche aparcado
en un ensanchamiento de la angosta calle, recordó la primera vez que había
estado allí. Un leve gesto en su rostro dio paso a la sonrisa irónica apenas
perfilada en sus labios.
«De eso hacía ya,… era todavía
muy joven» ̶ pensó Norte y se ruborizó ligeramente
al recordar los muchos años que habían transcurrido desde entonces.
Ocurrió en su época de “chofer”,
como él la denominaba cariñosamente. Todo había comenzado gracias a su
habilidad para la conducción. El manejo de todo tipo de vehículos: automóviles,
camiones, tractores, motos, … daba igual la máquina que le pusiesen en sus
manos. Bastaba con que tuviese motor y ruedas para que, con él al volante, el
artilugio mecánico, cualquiera que fuese su estado, se transformase en una
máquina de alto rendimiento.
Esta pericia le fue reconocida
durante su servicio militar al serle confiado el puesto de conductor del vehículo
del oficial al mando de su batallón y, por casualidades de la vida, al terminar
sus obligaciones para con el ejército, un compañero de mili lo llamó para la
empresa de coches de alquiler de su padre. Fue así como se inició en la vida
laboral, como conductor de autobuses primero y más tarde, cuando se ganó la
confianza de su jefe, al frente de una de las berlinas de lujo que la empresa
alquilaba a personalidades políticas, eclesiásticas y empresariales de la época.
En ese trabajo fue
consciente por primera vez de que el mundo estaba repleto de lugares hermosos. De
arte, de paisajes y sobre todo de gente. Personas con su propio estilo de vida,
sus costumbres y, sobre todo, con una filosofía de la vida irrepetible.
Comenzó a transitar por toda la
geografía española y, poco a poco, Norte fue haciéndose consciente de que
viajar se convertiría en una droga que sería incapaz de dejar. En sus
innumerables horas de espera, lejos de aburrirse, aprovechaba para conocer más
y más sobre los lugares que visitaba; buscaba información sobre los destinos a
los que tenía que viajar y no perdía detalle de las conversaciones de los
clientes que llevaba en su automóvil.
Nada más verla le cautivó su
estructura. No se parecía a nada de lo que había visto hasta ese momento. Más
tarde los investigadores le explicaron de primera mano los secretos de SantaComba de Bande, una iglesia visigótica del siglo VII que se levanta en el
municipio de Bande y que sin duda es una de las iglesias más antiguas de la Península
Ibérica.
Norte no se despegó de ellos
durante las más de dos horas que estuvieron en el templo y, durante todo ese
tiempo, escuchó con atención las conversaciones que mantuvieron los expertos. Su
planta de cruz griega, el cimborrio, las bóvedas construidas en ladrillo de tipo
romano, las pinturas tardomedievales, … todo contribuyó a que Santa Comba de
Bande ocupara desde ese momento un lugar de privilegio en su memoria.
Caminó por la estrecha pista,
ahora pavimentada, que lo separaba de la iglesia y se detuvo en las escaleras.
Con excepción de alguna de las techumbres en las que se había sustituido las piezas originales por tejas, desde
su punto de vista desacertadamente, todo
seguía igual. El entorno, mucho más cuidado, enfatizaba todavía más la belleza
sencilla y tosca de más de trece siglos de antigüedad.
Antes de acceder a su interior,
caminó a su alrededor y se detuvo unos instantes en la ventana absidial; la
recordaba perfectamente, decorada con una hermosa celosía en mármol.
Finalmente, ya en su interior admiró
una vez más las aras y miliarios romanos reconvertidos, columnas reutilizadas,
pinturas tardomedievales, … todo ello integrado en un conjunto único que Norte
comprobó, no sabía muy bien cuantos años después, seguía prácticamente
igual y que afortunadamente, como el arte, los recuerdos no envejecen.
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