Llegaron a la enorme explanada
que se abría frente al convento de San Francisco (Joao Pessoa), justo hacia el final de la tarde. Desde el crucero la hermosa fachada barroca destacaba
grandiosa, iluminada por el cálido sol del atardecer.
- Dicen que es uno de los
edificios barrocos más importantes del Brasil –apuntó Francesca, un poco más
animada a medida que la temperatura del día descendía y el aire se hacía más
respirable.
- Ya sabes que el barroco no es
mi estilo, y menos este tan…
- ¿Rococó? – pregunto de
inmediato ella, sin dejar que terminase la frase.
Norte levantó la ceja izquierda. Con
una sonrisa apenas esbozada en sus labios, prefirió simplemente asentir.
Conocía sobradamente los gustos artísticos de Francesca y, a pesar de que la etapa
preferida de ella era el Renacimiento, estaba seguro de que, ahora que el calor
sofocante comenzaba a dar una tregua, podría iniciar una pequeña discusión. Así
que, prudentemente cambió de tema y se
dirigió a la iglesia admirando los nichos con bellas representaciones de la Pasión
de Cristo que decoraban los muros laterales del atrio.
- ¿No te imaginas cual era el
objetivo de los franciscanos al decorar las paredes con esta simbología, justo
antes de entrar en la iglesia? –preguntó Francesca al observar el interés de
Norte por las representaciones en azulejos portugueses del siglo XVII.
- Se pueden interpretar –contestó
ella sin esperar su respuesta- que se trata de una indicación de que no se
puede entrar en la casa de Dios sin pasar antes por el sufrimiento.
- ¡Joder!... que sibilinos. –Contestó él, arrepintiéndose
casi al instante de haberlo dicho.
Una mirada aviesa de Francesca le
bastó para darse cuenta de que no había estado prudente. Sabía que ella continuaba
molesta. No tanto con él, sino consigo misma. Su cabreo provenía de cuando, un
par de días antes, le propuso conocer el Sertao y ella prefirió quedarse. Un
anuncio en la recepción del hotel donde se alojaban, con la propuesta de una
puesta de sol en una playa paradisíaca, la había seducido. La famosa Praia de Jacaré resultó ser un penoso y
patético espectáculo para turistas. Norte sonrió al recordar como ella misma le
había contado rabiosa como, con los muelles y terrazas abarrotadas y el río
lleno de embarcaciones también atestadas de turistas, un tío con un saxo, en
pie sobre una canoa tradicional, interpretaba el Bolero de Maurice Ravel,
mientras el sol se ponía en el horizonte.
A medida que las sombras y la
penumbra se hacían con cada estancia, descubrieron el edificio poco a poco, paladeando
cada rincón. Y Norte no pudo más que darle la razón sobre el barroco. La
Capilla Dorada, la gigantesca pintura de más de 300 metros cuadrados en el
techo de la iglesia o el resplandeciente y ornamentado púlpito, con una
filigrana dorada única, le fascinaron.
Disfrutaron del atardecer en el claustro
del convento de San Antonio anexo a la iglesia. Cuajado de azulejos con motivos vegetales, no
pudieron inhibirse al instante en el que la iluminación de la planta inferior
se encendió, dando el contrapunto perfecto a la batalla de luces y sombras que
se estaba librando en ese atardecer mágico.
Recorrieron las austeras celdas
de los monjes. Pequeñas estancias, sin ningún ornato artificioso que
contrastaba con la riqueza y el derroche decorativo de la iglesia. Unos
sencillos balcones que daban al huerto interior se convertían en los protagonistas.
Por último entraron en otra estancia. Una
pequeña y sencilla cruz destacaba sobre una pared encalada. A su lado un balcón
se abría al río Paraíba. Y al fondo, como un telón de un escenario, el sol se ponía por
el horizonte. Norte observó sonriente como Francesca contemplaba fascinada,
esta vez sí, una hermosa puesta de sol.
Que fotos lindas você fez aqui no Brasil, mais precisamente no estado de Paraíba, Norte! Esta última então, é maravilhosa!!!
ResponderEliminarAbraços.
Eu estava no estado da Paraíba várias vezes. Seu povo, sua cultura e seu ambiente natural são fascinantes. Muito obrigado pelos seus comentários.
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