- Pero... ¿qué son esas
construcciones? –preguntó, sorprendida Francesca ante la visión de la “Eira Comunitaria” con sus más de
cincuenta espigueiros que, sin norma
urbanística alguna, se levantaban desordenados, sustentados por pilares rocosos
como si se tratara de palafitos elevados sobre un mar de piedra.
Era la primera vez que viajaba al
Noroeste de la Península Ibérica, así que Francesca se quedó atrapada por
aquellas edificaciones pétreas, recias y rotundas que parecían resistir el
paso del tiempo con la indiferencia de las construcciones cuya edad se mide, no
por años ni decenios, sino por centurias.
Presididos por una cruz en sus
techumbres, quizás buscando la protección divina, y cubiertos por un lienzo de
líquenes y musgo que los integran a la perfección en un paisaje brumoso y
húmedo de la zona; los graneros aéreos representan el tesoro familiar, el lugar
donde se mantiene a salvo el bien más preciado para una sociedad rural: el
grano y las semillas.
- ¡Fíjate!, es como un ejército
de guerreros a los pies del castillo –volvió a señalar Francesca.
En efecto los espigueiros, ahora abandonados, parecían custodiar las murallas del Castillo de Lindoso, una fortaleza también vacía que ya no tenía como misión proteger la frontera entre Portugal y España.
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