Levantó la vista de la pantalla
de su ordenador unos instantes mientras el explorador de internet ejecutaba la
búsqueda que le había programado. A través de la ventanilla, como si se tratara
de fotogramas de una película, discurrían los campos de Castilla; resecos y
polvorientos, anhelantes de aplacar su sed con la lluvia vivificadora de la
tormenta que se estaba formando en el horizonte.
Justo frente a él, a unos pocos
metros, el indicador de velocidad que presidía el vagón rozaba los 300 Km por
hora y Norte sonrió socarronamente en un acto involuntario muy propio de él. La
verdad, no entendía muy bien el porqué de aquel aparato. El jactarse de que el
tren en el que viajaban circulaba a altas velocidades le parecía un tanto presuntuoso,
más propio de jóvenes quinceañeros que de personas adultas. Es más, pensó que
en cierta medida se daba un mensaje contradictorio, desacreditando las campañas
informativas de la Dirección General de Tráfico en las cuales se recomendaban
prudencia y moderación con la velocidad y se invocaba constantemente a la responsabilidad
y el compromiso de los conductores.
Una sintonía familiar le advirtió
que en su teléfono acababa de recibir un wasap.
De una rápida ojeada comprobó que se
trataba de Francesca, informándolo de que el avión en que viajaba acababa de
tomar tierra en Sevilla y que se iba directamente al hotel, que lo esperaría
allí.
Después de responderle, Norte se
recostó en la butaca y recordó el día que la conoció. Hacía ya más de cinco años,
precisamente muy cerca de allí. De hecho el tren en el que viajaba pasaría en
apenas cuarenta y cinco minutos por Córdoba. En realidad, para ser estrictos
con la verdad, no se habían conocido en esa ciudad pero fue allí donde se rencontraron
de nuevo y donde comenzó a fabricarse su especial amistad.
No podría calificar la relación
de ningún modo, simplemente estaban a gusto juntos. Las mismas aficiones,
parecidos gustos y una enorme compatibilidad intelectual, habían ido forjando un
vínculo complejo entre ellos que se mantenía en el tiempo a pesar de la enorme
distancia que los separaba.
Recordaba aquel día en Córdoba.
El calor asfixiante, que durante todo el día había impedido cualquier actividad
que no estuviese respaldada por un aparato de aire acondicionado, dio paso, en
cuanto el sol desapareció tras el horizonte, a la noche mágica.
La temperatura descendió al mismo
ritmo que la luna ascendía en el horizonte y la ciudad se llenó de gente que disfrutaba,
con su caminar lento y apacible, de cada rincón de las calles cordobesas.
Presidida por la luna, el juego
de luces y sombras, acentuada por la luz trémula de los faroles descubría
nuevas facetas de aquellas piedras milenarias. Y, de cuando en cuando, una
ligera brisa dispersaba de forma caprichosa el aroma a jazmín por cada esquina de
la judería.
Y desde el Puente Romano, el
Arcángel San Rafael, arropado por un manto de velas rojas, custodia desde hacía
siglos a los habitantes de aquella ciudad y pone bajo su protección a quienes,
como Francesca y Norte, disfrutaban al frescor del río Guadalquivir la noche
mágica cordobesa.
Preciosas imágenes. Espero que Norte y Francesca vuelvan pronto para poder disfrutar de temperaturas más suaves.
ResponderEliminarMayo es ideal!!
Precioso el relato y esa relación tan especial entre Francesca y Norte debe continuar en Córdoba, en primavera.
ResponderEliminarUn abrazo
me encanta
ResponderEliminarSi lugar a dudas Córdoba es un lugar mágico, donde sus callejuelas y sus rincones con encanto te invitan a embriagarte de ella, disfrutar de su historia, paisajes y del amor como el que sienten Francesca y Norte, envolviéndolo todo en un halo de sensual belleza.
ResponderEliminarUn abrazo
La noche de Córdoba, los días de Córdoba. En esa ciudad fui muy feliz durante mi adolescencia y, todavía hoy, siento una alegría especial cuando estoy en Córdoba. Gracias por tu evocación y por las fotos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Sin duda Córdoba es mágica!
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